El hábito de la lectura y la educación de la voluntad

Mi hijo mayor, de entre 8 y 10 años, memorizaba e interpretaba el habla de los personajes de historietas, como si estuviera en un teatro. De todas las lecturas, si pudiera, solo seleccionaría los ya maltrechos volúmenes de historietas. A esta edad ya lo animaba a leer obras literarias con muy pocas ilustraciones o incluso sin ellas. Cuando llegaban esos momentos de lectura diaria, allí se sentaba resignado en el sofá o se echaba en una hamaca en el porche. Pasaron las horas y él seguía en la misma página.

Poco a poco fui educando su voluntad, para hacerle comprender que necesitamos leer no sólo lo que nos deleita, sino también lo necesario para nuestro crecimiento intelectual y espiritual. Con disciplina, se convirtió en un estudiante diligente y resignado, cuando era necesario leer obras que no necesariamente eran agradables.

Hoy, si le propongo el estudio de una biografía de un santo o de un tratado sobre las Virtudes, los leerá con intensa pasión: estos son sus temas favoritos. Pero si el libro indicado trata de otro tema, también lo leerá, despacio y con disciplina. No es una lectura hecha con “mala voluntad”, porque la voluntad es algo que debemos educar en nosotros mismos y en nuestros hijos.

Debemos enseñar a nuestros hijos que el logro gradual de la madurez requiere responsabilidad. Es una fase importante, en la que necesitamos moldear su carácter. De lo contrario, siempre preferirán el camino más fácil, más placentero y de menor esfuerzo, no siempre el más apropiado.

¿Cómo fomentar el hábito de la lectura? Inicialmente, debemos ser ejemplos dignos de ser imitados por nuestros hijos. Deja que tus hijos te vean leyendo, comprometidos diariamente en la lectura para su propio desarrollo intelectual.

El segundo paso, en los momentos dedicados a las lecturas individuales por parte del niño, siéntate a su lado y pídele que lea un párrafo en voz alta. Fíjate si el niño lee con buena entonación; de lo contrario, orientela sobre cómo hacerlo correctamente.

Una de las razones más comunes que llevan a los niños a “no gustarles la lectura” es el hecho de que leen monótonamente, sin enfatizar bien la puntuación de las oraciones. Cuando esto sucede, al llegar al final de un párrafo, es común olvidar lo leído en los párrafos anteriores. Leer es escuchar nuestra propia voz dentro de nuestra mente, especialmente cuando la lectura es silenciosa.

Otra razón es la falta de costumbre de investigar el significado de palabras desconocidas o de cuyo significado en el texto no estamos seguros. ¡Un texto bien escrito necesita ser estudiado cuidadosamente en todos sus detalles! La fluidez lectora es una habilidad que debe perfeccionarse a lo largo de la vida.

Además de estos recursos, como educadores, podemos utilizar incentivos positivos para crear un hábito. Por ejemplo, cada vez que su hijo haya logrado bien su objetivo diario, respaldelo con un cumplido: «¡Estoy muy orgullosa de sus esfuerzos!».

Al final de una semana, si el niño ha progresado bien en su empeño por adquirir el hábito de la lectura, se le puede ofrecer un incentivo especial: una torta conmemorativa, si es posible relacionada con el tema de la lectura; un paseo al parque; un momento de cine en casa con muchas palomitas de maíz; algo simple pero memorable.

¿Cómo establecer metas? En la primera semana, el objetivo puede ser leer dos páginas del libro. En la segunda, dos páginas y media… y poco a poco aumentar el ritmo hasta que el niño alcance la cantidad mínima que necesita para poder leer en 30 a 60 minutos.

Un hábito solo se conquista cuando lo practicamos a diario. Por eso es importante la rutina, la disciplina y la perseverancia. Con disciplina y ánimo, lograrás que tu hijo adquiera el hábito de leer lo que sea necesario, aunque no sea el texto más agradable.

 

Publicado originalmente en: https://vias-classicas.com/blog/o-habito-de-leitura-e-a-educacao-da-vontade/

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